CAPÍTULO 11, SEGUNDA
PARTE
Sentí
como una luz blanca bastante molesta impactaba contra mis parpados
cerrados. La oscuridad a la que había estado sumida durante horas
que se me hicieron interminables desapareció.
Me
ladeé hacia un lado, intentando así evitar aquella luz tan
insoportable. Pero nada de lo que hiciera parecía funcionar, ya que
esta seguía ahí.
Solté
un gruñido y empecé a abrir los ojos lentamente.
-Emily
ya es suficiente.- dijo una voz grave familiar- Ya se está
despertando.
La
intensidad de la luz empezó a disminuir hasta hacerse soportable, lo
que hizo que al fin pudiera abrir los ojos.
La
primera imagen que capté fue la de los tres ángeles y los dos
demonios mirándome fijamente. Emily estaba más cerca que los demás,
y un destello de aquella luz blanca tan molesta asomaba por su
espalda.
-¿Otra
vez vosotros?- gruñí, mientras me dejaba caer en la cama de nuevo.
El
demonio sonrió con superioridad.
-Buenos
días bella durmiente.- dijo en tono burlón.
-¡Quieres
dejar de llamarme así!- gruñí, mientras me tapaba los oídos con
la almohada.
A
pesar de que toda la sala estaba en silencio, aún quedaban en mi
cabeza, rastros del terrible dolor de ayer.
-Cuando
no te quedes inconsciente cada vez que recibas una pequeña tortura
dejaré de llamarte así.- replicó el demonio.
-¿¡Pequeña
tortura?!- grité, mientras me levantaba de la cama y me encaraba al
demonio- ¡Casi me matas! ¡De pequeña tortura nada!
De
repente Emily entró en la sala con un humeante plato de sopa en las
manos. Ni siquiera me había dado cuenta de que se había ido.
El
olor de la comida se coló por mis fosas nasales, haciendo que la
boca se me hiciera agua.
Emily
se acercó a mí y me tendió el plato de sopa.
-Supuse
que estarías hambrienta.- se explicó al ver mi expresión de
sorpresa- No podemos dejar que te mueras de hambre, te necesitamos
viva.
En
el momento en el que el plato cayó en mis manos prové una cucharada
con ansiedad. En cuanto la sopa chocó contra mi lengua noté un
sabor extraño, con un toque picante.
Estaba
tan hambrienta que no había pensado en la multitud de cosas que
podrían haberle hecho a esa sopa.
-Emily...
¿Qué...qué le pasa a la sopa?- tartamudeé, mientras mis parpados
empezaban a caer con intención de cerrarse.
-¿¡Emily?!-
grité desesperadamente. Oía mi voz extrañamente lejana, como un
eco que se repetía constantemente en mi cabeza.
Risas
fue lo último que escuché, antes de que mis ojos se cerraran
finalmente.
.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
Caí
de golpe contra el suelo, provocando que una mueca de dolor se
formara en mi rostro.
Examiné
la sala en la que me encontraba. Era una habitación bastante amplia,
de paredes de un tono rosa claro. Una cama se alzaba en el centro, un
hermoso cabezal de madera la decoraba, dándole un toque elegante.
Había altas estanterías repletas de libros y preciosos cuadros
decorando las paredes. Aquella habitación se me hacía muy familiar,
pero no acababa de recordar el porque.
De
repente, advertí en que alguien acababa de tocar suavemente en la
puerta, y una figura bajita entró en la habitación. Era Yian, la
cocinera.
Ya
entendía porque me sonaba tanto aquel lugar, ¡estaba en mi
habitación del lugar en el que me había criado!
Yian
me dedicó su habitual sonrisa alegre mientras se limpiaba las manos
en su característico delantal de flores.
-Señorita,
hay un apuesto joven preguntando por usted en la entrada.- dijo,
mientras desaparecía por la puerta antes de que pudiera preguntarle
quien era.
Me
eché un pequeño vistazo en el espejo antes de bajar. El vestido
rojo que había estado repleto de sangre la última vez que lo vi,
ahora estaba totalmente limpio. Ninguna parte de mi cuerpo mostraba
rastro alguno de la tortura a la que había sido sometida.
Estaba
confusa, ya que no tenía ni idea de porque estaba allí, pero aún
así, tenía mucha curiosidad por saber quien me llamaba, por lo que
bajé al recibidor del castillo.
Me
encontré a mis padres hablando en el salón. Bueno, mis padres
adoptivos. Estos alzaron la cabeza en cuanto pasé por su lado,
dedicándome una alegre sonrisa. Me detuve un momento en el salón,
contemplándolos.
Todo
parecía tan... Perfecto. Justo tal y como era mi vida antes de
enterarme de quienes eran mis padres. Antes de saber, quien era yo
realmente. Pero, ahora esa vida se me hacía lejana, y, de hecho, no
la echaba de menos.
Llegué
al recibidor y, mi sorpresa no pudo ser más grande cuando un par de
ojos azules se posó en mí.
Si
Erick ya era hermoso de por sí, hoy, vestido con un atuendo propio
de un príncipe de cuento, lo estaba incluso más.
Su
pelo estaba revuelto a causa del viento, y relucía bajo la luz del
sol.
Este
se acercó a mí con una amplia sonrisa y tomó mi mano, mientras
dejaba un pequeño beso en ella.
-Estás
hermosa.- dijo, sin apartar los ojos de mí.
Sentí
como la sangre me subía a las mejillas, dejando un intenso rubor en
estas.
-Gra...Gracias.-
tartamudeé.
Este
entrelazó su mano con la mía, mientras me guiaba fuera del
castillo.
-No
quiero que nos pasemos toda la tarde en el recibidor de tu castillo.-
comentó, dejando una suave caricia en mi mano.
El
rubor de mis mejillas aumentó. Era la primera vez que él me tocaba
así.
-¿A
dónde vamos?- le conseguí preguntar, tras estar unos segundos sin
saber que decir.
Este
giró la cabeza para mirarme, mostrando, una vez más, esa hermosa
sonrisa suya, que hacía que sus mejillas adquirieran ese tono rosado
tan adorable. Sacó algo de su bolsillo. Era un pañuelo. Y empezó a
atármelo en los ojos. Pensé en quitármelo, pero era sumamente
agradable el ligero roce de sus manos en mi piel mientras me lo
colocaba.
-Quiero
que sea una sorpresa.- susurró. El roce de sus labios en mi oreja
hizo que todo mi cuerpo se estremeciera levemente.
Avancé
unos pasos hacia delante, tropezando con una roca del suelo. Me habría
caído si un par de fuertes brazos no me hubieran sujetado por la
cintura antes de que esto pasase. Sentía como si un zoológico
entero corriera a grandes zancadas por mi estómago, y mis mejillas
enrojecieron a más no poder.
Si
solo tocándome provocaba un huracán de sentimientos en mí, ¿qué
pasaría si me besaba? Probablemente explotaría.
Quité
esos pensamientos de mi mente.
"
Ni que él fuera a besarme..." pensé, sin poder ocultar mi
desilusión.
Sus
manos se posaron en mi cintura con delicadeza, guiándome en la
oscuridad.
-Te
tendré agarrada para que no te caigas.- susurró, dejando una suave
caricia en mi mejilla.
Sin
verlo, podía notar la presencia de su cuerpo a mis espaldas. De vez
en cuando la tela de su camisa chocaba contra mi espalda, provocando
un leve estremecimiento por mi parte.
Después
de unos minutos así, Erick se detuvo y quitó sus manos de mi
cintura. Escuché como me rodeaba hasta ponerse justo enfrente mía.
Sentía su aliento en mi cara mientras me desataba el pañuelo que me
tapaba los ojos con delicadeza. Finalmente me lo quitó.
Después
de tanto tiempo a oscuras, mis ojos agradecieron la visión del
hermoso océano que eran los ojos de Erick. En cuanto mi mirada se
cruzó con la de él, este sonrió, mientras sus ojos adquirían ese
brillo tan especial.
Se
apartó de mí, dándome una visión más amplia del lugar en el que
estábamos.
Un
enorme lago se situaba frente a nosotros, este estaba rodeado por
altos pinos y algún que otro robusto roble. De vez en cuando se
veían pequeños animales como conejos y ardillas revolotear de un
lado al otro del llano.
Pero,
lo que sin duda más me llamó la atención fueron las flores, que
brillaban a más no poder bajo los potentes rayos del sol.
Yo
me limitaba a contemplar el paisaje con la boca abierta, mirando de
un lado a otro sin saber que decir.
Sentí
como Erick entrelazaba sus dedos con los míos y dejaba un suave
apretón en mi mano, llamando mi atención.
-Entonces...
¿Qué te parece?- preguntó pasándose una mano por el brillante
pelo castaño.
Me
quedé unos segundos sin habla, buscando las palabras adecuadas, pero
estas no llegaban a mí, ya que ningún adjetivo me parecía lo
suficientemente bueno para describir aquel lugar.
-Erick...
Esto es... Hermoso.- respondí al fin, mientras me acercaba a
aquellas flores tan brillantes.
Sentí
su presencia a mis espaldas, mientras alargaba la mano para arrancar
una de las flores. Se colocó frente a mí y posó la flor tras mi
oreja, apartando mi largo cabello hacia un lado.
-Tú
eres mucho más hermosa.- susurró haciendo que se me erizaran los
pelos de la nuca.
Mi
corazón empezó a latir con tal fuerza, que temí que se me saliera
del pecho.
Él,
a su vez, dio un paso más hacia mí, haciendo que la poca distancia
que nos había separado hace unos segundos desapareciera.
Inclinó
la cabeza, de manera que pensé que me iba a besar, pero sus labios
aterrizaron en mi clavícula, dejando pequeños besos en ella. No
pude evitar que de mi boca saliera un débil gemido en cuanto sus
labios rozaron mi piel.
-Lena...
Eres tan suave...- susurró con voz ronca mientras acariciaba mi
clavícula con sus labios.
Aquello
ya fue demasiado para mí, mi cuerpo empezó a experimentar
sentimientos tan fuertes, que, pensé seriamente en si mi estómago
explotaría.
Seguidamente
sus besos empezaron a subir por mi cuello y sus brazos rodearon mi
cintura, consiguiendo que mi cuerpo se pegara contra el suyo.
Rodeé
mis brazos en su cuello y hundí mis dedos en su suave cabello
castaño, mientras dejaba que él me besara.
Sus
besos empezaron a subir, hasta que, finalmente llegaron a mi boca.
Sentía
como si el mundo entero hubiera desaparecido y solo existiéramos él
y yo. No pensé en lo que estaba haciendo. Ni en la manera misteriosa
en la que había aparecido de repente en mi antiguo hogar.
Simplemente lo besaba, entregándole toda mi alma.
Tuvimos
que detenernos un momento para coger aire, momento que él aprovechó
para pasar sus manos por debajo de mis piernas consiguiendo
levantarme con facilidad. Le dediqué una pequeña risita, mientras
echaba mis brazos a su cuello, apoyando mi cabeza contra su pecho.
Olía
a lavanda.
El
cuerpo de Erick empezó a envolverse en esa luz blanca cegadora tan
molesta. Una vez desapareció, abrí los ojos, topándome con unas
hermosas alas blancas que resplandecían bajo los rayos del sol.
Una
pequeña pluma me acarició la mejilla, provocando que la sonrisa en mi
rostro se ensanchara.
Alcé
mi mano con intención de tocar las alas, pero antes, miré a Erick,
como pidiéndole permiso. Este, asintió con la cabeza. Mi brazo
continuó su trayectoria hacia sus alas, en cuanto mis manos rozaron
una de sus plumas, noté como el cuerpo de Erick, se estremecía.
Estuve durante unos minutos acariciando sus alas, haciendo que a
Erick se le escapara un pequeño gemido que me hizo reír.
Entonces,
empezó a batir sus alas, y nos alzamos del suelo. Me agarré con más
fuerza a su cuello, mientras hundía la cabeza en su pecho.
-Tranquila.-
susurró él en mi oreja- Yo nunca te dejaría caer.
El
temor que había experimentado durante el despegue, se calmó en
cuanto se estabilizó más el vuelo. Erick me llevaba de un lado a
otro del gran bosque, explicándome el nombre de cada tipo de planta
que nos encontrábamos.
Me
sorprendió a mí misma lo mucho que me gustaba volar. Aquella
sensación de libertad, el aire frío contra mi cara y el hermoso
paisaje a mis pies. Todo era perfecto.
Tras
un buen rato volando, Erick decidió que era hora de descansar, y
aterrizó justo en el mismo lugar en el que habíamos despegado.
Una
parte de mí se puso realmente triste en cuanto mis pies tocaron el
suelo. Quería seguir volando. Pero no podía obligar a Erick a
cargar conmigo todo el rato, eso sería muy egoísta por mi parte.
Entonces,
el cielo que, hasta hace un segundo había estado despejado, se
oscureció de golpe. Detecté una sombra moviéndose entre los
árboles y, juraría haber visto que el arbusto donde se encontraban
las hermosas flores se había movido, y no a causa del aire,
precisamente.
Busqué
la mano de Erick junto a mí, el calor de su cuerpo siempre hacia que
me sintiera segura. Pero mis manos solo aferraron aire. Me giré y el
corazón empezó a latirme con fuerza al ver que este, no estaba
junto a mí.
-¿Buscas
esto, mestiza?- dijo una voz grave.
Alcé
la mirada al cielo, y de mi boca escapó un grito de horror. Un
hombre de alas de fuego se suspendía en el aire, agarrando a Erick ,
del cuello, quien tenía el rostro totalmente rojo y la frente
empapada de sudor. Lo peor de todo, era que aquel hombre no tenía
rostro. Su cara era toda blanca, sin rastro de ojos, nariz o boca.
-
¡Erick!- grité, mientras mi cabeza empezaba a idear planes para
llegar hasta él.
-A
que esperas, ¡ven a por él!- dijo el hombre.
Este
miró a Erick, quien empezó a sacudirse y soltó un grito de dolor
que consiguió que mi corazón se hiciera trizas, como si fuera yo a
la que estuvieran torturando.
Erick
volvió la cabeza hacia mí, mirándome con sus hermosos ojos azules,
los cuales estaban llenos de sufrimiento.
-Lena...
Ayúdame...- dijo con dificultad.
Un
torrente de energía se adueñó de todo mi cuerpo, mientras una luz
dorada empezaba a formarse a mi alrededor.
Sentía
una dolorosa opresión justo a la altura de los omóplatos.
"
A la altura de las alas" pensé.
Mis
alas querían salir. Erick me había pedido ayuda, y yo quería
ayudarlo.
Pero
entonces un pensamiento me detuvo antes de que pudiera dejarlas
salir. ¿Desde cuándo Erick me pedía ayuda?
Lo
conocía lo suficientemente bien para saber que él lo último que
haría sería pedirme ayuda, sabiendo que mi vida podría estar en
peligro.
La
energía que me había invadido durante unos instantes desapareció.
Los
gritos de sufrimiento del joven retumbaban en mi cabeza, pero los
ignoré por completo.
Estaba
convencida de una cosa, aquel chico de ojos azules al que había
besado no era Erick.