CAPÍTULO 1
Una
joven de tez pálida con una vaga sonrisa en su rostro se reflejaba
en el cristal de mi espejo. Me moví para verme de espaldas y ella
realizó el mismo movimiento que yo. Su cabello rubio caía como una
cascada de agua por sus hombros hasta acabar en tirabuzones justo a
la altura del pecho, el cual sobresalía ligeramente a causa del
apretado corsé. Vestía un largo vestido de falda amplia, con
voluminosos volantes a ambos lados. El nerviosismo que adueñaban sus
ojos marrones era demasiado evidente. Aparté la mirada del espejo
mordiéndome el labio inferior. Era normal que estuviera nerviosa. Era
mi primer baile. En 17 años de vida, no había asistido a ninguno a
pesar de pertenecer a una de las familias más ricas de Northreach,
normalmente solía encontrar alguna excusa para no ir, pero esta vez
no había vuelta atrás. Mis padres se habían encontrado realmente
interesados en que asistiera a este, mencionaron que una familia
amiga suya de la infancia asistiría, y que tenían un hijo de mi
misma edad. Que dijeran esto me dio entender que estaban empezando a
buscarme posibles pretendientes sin mi permiso, y eso me daba muy
mala espina.
Pasé
unos segundos en silencio, de pie en mi habitación, andando de un
lado a otro esperando a que mis padres entraran en cualquier momento
anunciándome que debía bajar. Tan solo se oía el pequeño reloj de
arena en mi escritorio, el leve sonido de los granos de arena al
chocar contra el cristal. Aquel sonido estaba empezando a ponerme de
los nervios. Dejándome llevar por mi enfado y sin pararme a pensar,
cogí el reloj y lo tiré contra el suelo, acabando al fin con ese
sonido infernal. Los pedacitos de cristal esparcidos en el suelo
mezclados con los granos de arena. Formé una mueca en mi rostro y,
justo en ese instante entró mi madre, vestida con un elegante
vestido turquesa ajustado en la cintura.
Abrió
la boca para replicar pero entonces la cerró y tomó aire.
-No
hay tiempo para esto, más tarde hablaremos.- dijo, utilizando un
tono de voz frío- Los invitados están bajo, debemos ir ya. Apuesto
a que están deseando conocerte.
Rodé
los ojos y la seguí. Mientras bajábamos por las largas escaleras de
caracol hasta el vestíbulo mi madre me fue recordando una por una
las normas de educación básicas, como si yo me tratara de una niña
pequeña sin modales algunos.
Finalmente
llegamos. El salón principal del palacio en el que vivía con mis
padres normalmente vacío ahora estaba repleto de gente a la que no
conocía. Todos vestidos con elegantes trajes de etiqueta que me dio
a entender que pertenecían a una clase social bastante alta.
Localicé
a mi padre a lo lejos. Un hombre alto, de espalda ancha y sonrisa
afable. Charlaba con una pareja, que supuse que debían de ser,
aquellos viejos amigos de los que tanto me había hablado mi madre.
Esta me hizo un gesto con la cabeza, indicándome que debía
seguirla. Me hice paso entre la multitud. La gente, se giraba para
verme, algunos con deseo, otras con envidia. Finalmente nos
detuvimos frente esa pareja que hablaba con mi padre. Mi madre
carraspeó, de manera que todas las miradas se volvieron hacia ella.
-Señor
y señora Yanusso, no tienen ni idea de lo feliz que me hace que
hallan podido venir.- dijo mi madre con una sonrisa en la cara
haciendo una pequeña reverencia de saludo.
Estos
le correspondieron el saludo.
-Es
un honor estar aquí con ustedes. Llebávamos demasiado tiempo sin
vernos, esta es una buena manera de reencontrarnos.- respondió el
señor Yanusso sonriente.
Eché
una vista alrededor en busca de algo con lo que entretenerme debido a
mi gran aburrimiento, pero todo era normal, algunas parejas bailando
y el resto mujeres, agarradas a sus maridos, quienes fumaban y
hablaban con otros caballeros sobre negocios.
-Y
esta hermosura que os acompaña debe de ser Scarlett.- dijo la señora
Yanusso, clavando sus ojos verdes en mí.- La famosa Scarlett.
Vuestra madre se quedó corta cuando dijo que erais hermosa.
Le
hice una sutil reverencia.- Un placer conocerla señorita Yanusso.
La
mujer sonrió.
-Tenéis
que conocer a nuestro hijo, no andará demasiado lejos.- Desapareció
entre la muchedumbre y cuando regresó, un apuesto joven volvía
junto a ella. Era alto, de espalda ancha y fuertes brazos. Su cabello
castaño claro casi rubio era liso y lo llevaba corto y bien peinado.
Sus ojos eran verdes, exactamente igual que los de su madre. A pesar
de su agraciado aspecto hubo algo en él que me disgustó, odiaba la
forma en la que me miraba, como si fuera un objeto al que quería
poseer en vez de una persona. Le dediqué una pequeña inclinación
de cabeza que él al instante correspondió. Sus finos labios se
curvaron formando una sonrisa.
-Está
hermosa esta noche.- susurró, mientras dejaba un cordial beso en mi
mano- Un placer conocerla, Scarlett.
No
me gustó para nada la forma en la que pronunció mi nombre. De
hecho, tampoco me gustó que pronunciara mi nombre, apenas nos
conocíamos, no debía tomarse tantas confianzas.
Forcé
una sonrisa en mi rostro, viendo como mi madre me obligaba con la
mirada a que respondiera al joven.
-También
es un placer para mí conocerle, señorito Yanusso.- dije finalmente,
mirando de reojo a mi madre,quien había formado una sonrisa de
alivio en su rostro.
-Por
favor, no me llame así, para usted soy Edward.- dijo,sin apartar sus
ojos verdes de los míos.
Le
sostuve la mirada desafiante, si pensaba que yo era las típicas que
se sonrojaban por nada la iba a llevar clara.
Mi
madre avanzó un paso y echó una rápida mirada a la pista de baile.
Su expresión me dio a entender lo que iba a decir y deseaba con toda
mi alma que mi intuición fuera errónea por una vez. No podía
obligarme a bailar con él.
Mi
madre se dirigió hacia el joven formando una cálida sonrisa (que
probablemente había ensayado antes frente al espejo).
-¿Qué
tal si os lleváis a mi hija a la pista? Ella es algo tímida, pero
si va con usted seguro que se anima.
Eché
maldiciones en mi cabeza contra mi madre, mientras apretaba los
puños.
Edward
me dirigió una rápida mirada y seguidamente se volvió hacia mi
madre.
-Será
un placer.- me miró, ofreciéndome su brazo derecho- ¿Me
acompañáis?
Tras
quedarme unos instantes en silencio mordiéndome la lengua abrí la
boca.
-Claro.-
respondí secamente, mientras aceptaba su brazo.
Mi
madre me miró con una sonrisa de satisfacción, había conseguido
justo lo que quería.
El
joven me llevó a la pista de baile, mientras me hablaba sobre las
típicas cosas superficiales que tanto detestaba, yo me limitaba a
asentir de vez en cuando con la cabeza, pero ciertamente, apenas le
estaba escuchando.
-Entonces,
Lerrysson prefirió aceptar el trato de Kendell cuando el de Harrison
le salía mucho más rentable, ¿no le parece indignante?- al ver que
no contestaba carraspeó- ¿Scarlett?
Me
sobresalté y lo miré a los ojos, asintiendo con la cabeza.
-Tiene
usted razón, Edward.- dije, sin poder evitar el tono aburrido de mi
voz.
Por
suerte, él pareció no advertirlo, y continuó hablando de cosas que
no me interesaban.
Entonces
empezó a sonar una de las canciones típicas de Northreach y cada
uno agarró a su pareja para comenzar a bailar, siguiendo aquellos
pasos que todo el mundo conocía de memoria.
Por
desgracia para mí, la persona a la que más cerca tenía era Edward,
por lo que este me sujetó de la cintura y comenzamos a bailar,
uniéndonos al resto de parejas que estaban en la pista. Entonces
llegó el momento en el que las mujeres debían dar un giro y pasar a
bailar con el hombre que se encontrara a su izquierda, y eso hice,
acabando frente a un atractivo joven que debía tener aproximadamente
mi edad. Su cabello negro caía a mechones desordenados, dándole un
aspecto salvaje y atrayente al mismo tiempo. Su tez bronceada
contrastaba a la perfección con sus ojos, que eran de un tono dorado
que nunca antes había visto, cubridos por unas largas pestañas
oscuras. Llevaba un chaleco negro y una camisa debajo de este, su
corbata estaba desabrochada y llevaba las mangas subidas hasta los
codos, dándole un toque informal. Su clavícula desnuda dejaba
visible una frase escrita con tinta negra: "Sabemos lo que
somos, pero no lo que podemos llegar a ser".
El
joven sonrió de medio lado, provocando que un hoyuelo se formara en
su mejilla derecha.
-¿Le
gusta lo que ve?- preguntó, alzando una ceja divertido.
Aparté
la mirada de su clavícula para mirarle a los ojos, notaba como un
suave rubor empezaba a formarse en mis mejillas.
-Estaba
leyendo la frase.- dije, luchando contra el temblor de mi voz- ¿Le
gusta Dickens?
El
joven me agarró de la cintura y me alzó, como habían hecho el
resto de las parejas. Una suave descarga de energía recurrió mi
columna en cuanto sus dedos se posaron sobre mí. Bailaba con gracia,
siguiendo cada uno de los movimientos a la perfección.
-Me
considero un gran fan de Dickens.- respondió, mientras me dejaba en
tierra de nuevo.
Sus
ojos dorados no se apartaron ni un instante de mí, al igual que yo
tampoco los aparté de él.
-¿Me
creería si le dijera que me he colado en este baile solo para
comprobar con mis propios ojos si es usted tan bonita como me habían
hecho saber?- preguntó, mientras juntaba la palma de su mano con la
mía.
Empezamos
a dar vueltas, siguiendo la misma dirección que el resto de parejas.
-Pensaría
que es usted una especie de acosador.- respondí finalmente.
Sus
ojos dorados relucieron, recordándome a los de un felino apunto de
atrapar a su presa.
Sus
labios se curvaron en una sonrisa.
-Buena
contestación. Sin duda es usted muy diferente a como me esperaba que
sería una dama perteneciente a una de las familias más ricas.
-¿Acaso
no es usted de una clase social tan alta como la mía?- dije,
mirándolo con curiosidad- Dudo que mis padres invitaran a alguien de
clase baja.
Este
mientras me daba una vuelta, aprovechó para acercarse a mí. Sentí
su suave aliento en mi oreja.
A
pesar de no estar viéndole la cara, supe que estaba sonriendo.
-No
dije en ningún momento que me hubiesen invitado.- susurró, mientras
me colocaba de nuevo frente a él.
Alcé
una ceja molesta. Ya entendía lo que intentaba hacer. Pensaba que
mintiéndome e inventando estupideces heroicas como que se había
colado en la fiesta conseguiría que cayera rendida a sus pies. La
llevaba clara.
El
joven frente a mí sonrió. Su mirada de ojos dorados irradiaba
superioridad hasta el punto de hacer que me sintiera realmente
pequeña comparada con él.
-Piensa
que estoy mintiendo y que lo invento todo para intentar cortejarla.-
la sonrisa en su rostro se ensanchó.
-¿Cómo
sabe...-
-Justamente
lo que estaba pensando.- finalizó la frase impidiéndome continuar-
Lo veo en su mirada. Soy un mago, ¿sabe?
Las
personas a nuestro alrededor en la pista de baile, acababan de
cambiar de pareja, siguiendo el ritmo de la música, pero yo
permanecí con aquel extraño joven de ojos dorados, a pesar de la
mirada de desesperación que me dirigió Edward, dando a entender que
él deseaba bailar conmigo.
Lo
ignoré por completo y me dirigí hacia el joven, quien me miraba
divertido.
-Parece
que su pretendiente reclama a su pareja de baile.- comentó.
Fruncí
el ceño.
-Ese
idiota no es mi pretendiente y no creo que vaya a morirse por bailar
con otra persona.- resoplé rodando los ojos.
-Ese
vocabulario no es apropiado en una dama.- señaló, sonriendo de
medio lado.
-¿Enserio
va a hablarme usted a mí de vocabulario?- repliqué- Aparte, no me
cambie de tema. Osea, usted es un mago que se ha colado en un baile
de gente de clase alta. ¿De verdad pretende que me lo crea?
El
joven dirigió la mirada a mi clavícula, concretamente a la
gargantilla de oro que se ajustaba a mi cuello con elegancia. Alzó
la mano y sujetó entre sus dedos el pequeño rubí de mi collar. Un
leve escalofrío subió por mi cuerpo en cuanto sus dedos rozaron mi
clavícula.
-Bonito
collar.-murmuró, mirándolo con aparente curiosidad- El rubí, es
verdadero, ¿cierto?
Alcé
la mirada y clavé mis ojos en sus pupilas doradas.
-Sí,
fue un regalo por mi 16 cumpleaños.-
El
joven sonrió maliciosamente, dejando de nuevo, el collar caer en mi
clavícula.
-Dentro
de unos segundos podrá comprobar por usted misma que no estaba
mintiendo.- dijo el joven, avanzando un paso hacia mí.
-Pero,
como...-
-¡AHORA!-
gritó, interrumpiéndome antes de que pudiera continuar.
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 2
-¡AHORA!-
gritó, interrumpiéndome antes de que pudiera continuar.
En
el momento justo en el que el joven pronunció estas palabras, unos
hombres armados aparecieron en la sala. Muchas de las copas que
sujetaban los invitados cayeron al suelo, provocando que un fuerte
estallido resonara en la habitación. Todos contemplaban a aquellos
hombres con la boca abierta y un sentimiento entre sorpresa y terror
reflejado en sus ojos. Oí el chillido de una mujer mayor, a la que
uno de los hombres le había arrebatado su collar de perlas. Tras
estar unos segundos paralizados ante la sorpresa, los invitados
reaccionaron y empezaron a gritar, imitando a la señora de antes.
Toda
la sala era un caos, los hombres se dedicaban a amenazar a los
invitados con sus espadas y robarles todo lo de valor que llevasen
encima, estos, tras encogerse de miedo, acababan entregándoles lo
que querían. Mientras tanto, algunos se escondían bajo las mesas y
las mujeres, se refugiaban tras sus maridos, quienes tanto presumían
de sus habilidades con la espada, y ahí se los veía, atemorizados y
con el rostro totalmente pálido. Vislumbré a lo lejos a Edward,
quien huía por el salón dando gritos, ignorando por completo a su
madre que le suplicaba ayuda aterrorizada. A pesar de la caótica
situación en la que nos encontrábamos, no pude evitar que una
pequeña risa escapara por mi boca. Apuesto a que después de lo
ocurrido, mis padres cambiarían de idea respecto al "magnífico"
y "valiente" Edward.
Entonces
volví a la realidad, dándome cuenta de que me encontraba parada en
medio de la sala. En cuanto reaccioné, intenté huir, pero alguien
me agarró por la cintura antes de que pudiera dar un paso.
-¿A
dónde cree que va, señorita? ¿De verdad piensa que me he olvidado
tan rápido de usted?- la voz de el joven de pupilas doradas sonó a
escasos centímetros de mi oreja.
Apreté
los dientes.
-
Es imposible que hayan entrado tantos. Tenemos guardias en las
entradas al palacio.- me retorcí en los brazos del joven,
intentando, inútilmente liberarme de su agarre, pero nada de lo que
hiciera parecía afectarle lo más mínimo.
Noté
como este, a mis espaldas sonreía. Vi de reojo un rápido destello y
en cuanto me di cuenta, la punta de su espada se encontraba a escasos
centímetros de mi cuello. Podía sentir el frío metal contra mi
piel desnuda.
-Haga
el favor de estarse quieta. No me gustaría tener que usarla.-
A
reñadientes, dejé de moverme.
-¿Cómo
ha hecho para que entren todos sus hombres aquí?- le pregunté,
respirando con dificultad.
-Ya
le dije que era un mago.- respondió, adoptando un tono de burla en
su voz.
A
pesar de que no podía verme, rodé los ojos exasperada.
Entonces
se oyó a lo lejos el sonido de unos pasos y, unos segundos después,
el ejército que custodiaba el palacio de mis padres se encontraba
rodeando la sala, con sus armas en mano, dispuestos a combatir a los
ladrones.
-Parece
que su plan no va a salir tan bien como pensaba.- dije, sonriendo.
-No
cante victoria tan rápidamente, señorita.- replicó este- Soy un
mago, y como tal, siempre tengo ases bajo la manga.
En
cuanto uno de los soltados avanzó para luchar contra el ladrón, el
joven que me sujetaba, gritó, provocando que todas las miradas de la
sala se fijaran en él. A pesar de no verle la cara, supe que una
sonrisa arrogante se acababa de formar en su rostro.
-Como
sus soldados toquen a alguno de mis hombres, le aseguro que su hija
no saldrá con vida de esta.- se dirigió a mi padre, quien me
observaba con el rostro pálido mientras gotas de sudor descendían
por su frente.
La
sala se sumió en un silencio absoluto.
-Bien.-
la sonrisa del joven se ensanchó- Ahora, nos dejarán salir del
palacio sin luchar.
Al
ver la ligera vacilación de mi padre, el joven bajó la punta de la
espada hasta colocarla a la altura de mi corazón, dando a entender
que me mataría si no cumplía con lo establecido
-Marcharos.-
dijo mi padre, dirigiéndose a los soldados.
Estos
hicieron una ligera inclinación de cabeza y salieron por la puerta.
-Bien.
Ya tiene lo que quería, ahora devuélvame a mi hija.-
El
joven soltó una pequeña carcajada tras de mí, sus hombres al
instante le siguieron.
-¿Me
ve cara de estúpido? ¿De verdad piensa que me viene rentable
devolverle a su hermosa hija?- rozó con sus labios mi cuello.
Sacudí
los hombros, pero este apretó más mi espalda contra su pecho.
-Sé
que en cuanto dejara de estar en peligro me mataría. Ya sabe, tantos
años de experiencia hacen a uno desconfiado.- sonrió mostrando los
dientes como un felino- Camina- me ordenó.
Sacudí
con la cabeza con tozudez, permaneciendo en el mismo sitio.
-De
todas las mujeres tontas y confiadas me tuvo que tocar la de mal
genio.- gruñó, mientras hundía la punta de su espada unos
centímetros en mi piel- ¿Caminará ahora o prefiere esperar a que
la mate?
Tragué
saliva y, tras unos segundos de vacilación, decidí hacer caso de lo
que me decía.
Los
invitados nos abrían el paso, sus rostros estaban pálidos y me
miraban aterrorizados, como si fueran ellos los que tuvieran la punta
de una espada clavada en la espalda.
El
joven, aún agarrándome de la cintura, me dirigió hacia fuera del
castillo. Todos los invitados al baile encabezados por mis padres,
nos siguieron.
Entonces
vislumbré a lo lejos un gran barco de desgastada madera aparcado en
el muelle. En cuanto estuvimos frente al barco, me revolví en los
brazos del joven, pero este no se apartó de mí.
-Ya
ha conseguido salir con todas las joyas que quería, déjeme ir.-
gruñí.
Pero
este, ignorándome por completo, me agarró con brusquedad del brazo,
y tapándome la boca para que no pudiera gritar, me metió de golpe
en el barco.
El
resto de hombres que formaban la tripulación empezaron a poner el
barco en marcha. Alzaron las velas y subieron el ancla, de manera que
ya no había nada que retuviera al barco en ese lugar.
A
lo lejos, vi como mi padre corría hacia el borde del muelle, mirando
con furia al joven, quien seguía tapándome la boca.
-Consiguió
lo que quería, le dejé marcharse sin luchar, teníamos un trato,
¡devuélvame a mi hija!- apenas pude oírlo a causa del viento que
chocaba con fuerza contra mis oídos.
El
joven quitó su mano de mi boca, de manera que quedé libre. Me
arrimé lo máximo que pude a la cubierta del barco.
-En
ningún momento prometí que fuera a dejarla libre.- gritó para que
mi padre pudiera oírle.
El
barco cada vez se alejaba más y más del palacio. Ya apenas podía
ver con claridad su rostro, pero no me costó demasiado adivinar como
estaría, después de que una panda de piratas hubieran secuestrado a
su única hija.
-¡Padre!-
grité.
Oí
como este pronunciaba mi nombre, prometiéndome que me rescatarían.
El
joven junto a mí, formó una arrogante sonrisa en su rostro,
mientras hacía una exagerada reverencia hacia mi padre.
-Un
placer haberle conocido, señor Pierce.- gritó.
Vislumbré
como junto a mi padre, había aparecido de nuevo el ejército que
protegía nuestro palacio, estos sacaron sus pistolas y dispararon
hacia el joven, quien esquivó cada una de las balas con elegancia,
sin dejar que ninguna de ellas le rozara.
Seguidamente
se dirigió hacia su tripulación y empezó a reír a carcajadas, de
manera que el resto de sus hombres lo imitaron.
Uno
de los hombres se estaba revolcando entre las joyas que habían
robado mientras que otro las mordía para comprobar que eran de oro
puro.
-Nos
pagarán un pastón por esto.- sus ojos desprendían alegría,
mientras contaba cada uno de los diamantes que había en la bolsa.
El
resto de la tripulación se unió a estos hombres, mientras que el
joven se quedó junto a mí, observando su botín satisfecho.
-Esta
vez si que te lo has montado bien, James.- dijo un hombre.
Llevaba
un parche negro cubriéndole el ojo derecho y le faltaban los dos
dientes delanteros superiores.
Desvió
su mirada del joven para posarla en mí, sus ojos me observaron de
arriba a abajo con atención, teniéndose más tiempo de lo debido
sobre mis pechos. Crucé los brazos algo incómoda.
-Y
encima traes contigo a la chica. Menudo par de pechos. Ya entiendo
porque te has llevado a esta en vez de a la morena que no te quitaba
los ojos de encima.-
Fruncí
el ceño, ¿cómo se atrevía a hablar de mí así? Desde luego, ese
hombre no tenía nada de educación.
-Controla
tu lenguaje delante de la señorita, Manson.- dijo el joven con
sarcasmo, sonriendo de medio lado- Si me sustituyes dos horas en el
timón te la regalo durante toda la noche.- le guiñó un ojo al
hombre.
Lo
miré con enfado.
-¿¡Qué
es eso de ir regalándome a la gente?!- repliqué, fulminando a ambos
con la mirada- Por si no habían advertido en ello, soy una persona,
no un juguete.
-La
chica es algo temperamental, pero estoy seguro de que con algo de
sexo se calmará.-
-Entonces,
¿trato hecho?- dijo el hombre esperanzado, alargando una mano hacia
James.
Este
fue a estrechársela en señal de que estaba conforme, pero lo aparté
de un manotazo antes de que pudiera hacerlo.
James
se giró de golpe y me miró, su cara estaba descompuesta formando
una mueca. Me crucé de brazos mirándolo desafiante.
-¿Qué
cree que está haciendo?- preguntó, con una tranquilidad que
consiguió erizarme los pelos de la nuca.
-Yo...
Solo...- aclaré la garganta- ¿¡Pretende que me quede de brazos
cruzamos mientras me va regalando como si fuera una prostituta?!
El
joven miró hacia el cielo, pude ver la rabia reflejada en sus ojos
dorados, se dirigió hacia el hombre al que había llamado Manson, y
con una mirada consiguió que este se marchara, acobardado.
Pude
oír el escándalo de los hombres a nuestras espaldas jugando con el
oro que habían obtenido, pero esto parecía haber pasado a segundo
plano, era como si tan solo existiera la mirada de pupilas doradas
del joven, me miraba con tal intensidad que empezaba a sentirme
intimidada.
Bajé
la mirada al suelo, sin poder soportar seguir mirándole a los ojos.
Me reprendí a mí misma por ello, ¿qué tenía aquel joven que lo
hacía tan aterrador?
En
cuanto me di cuenta, lo tenía a mis espaldas, apartando mi largo
cabello hacia un lado, dejando parte de mi cuello al descubierto.
Apoyó su cabeza en mi hombro, de manera que sus labios rozaron
ligeramente mi oreja.
-Usted
no se encuentra en posición de negociar, señorita, le recuerdo, que
con tan solo un movimiento de muñeca- desenvainó su espada ante mis
ojos- podría acabar con su vida.- volvió a guardarla en su
cinturón- A si que le recomiendo no cabrearme, nunca me he
considerado un hombre con mucha paciencia.
Tragué
saliva, sintiendo como mi pulso se aceleraba. Su cabello negro se
sacudió a causa del viento, provocando que un mechón, acariciara mi
mejilla con suavidad. Un pequeño escalofrío me subió por la
columna vertebral, consiguiendo congelar mis huesos.
-¿
Por qué me ha traido aquí?- le pregunté, en apenas un débil
susurro- Si quiere usarme de diversión para sus hombres, ya puede ir
olvidándose porque yo no pienso hacer nada de...
-Harás
lo que yo te diga y punto, Scarlett.- me interrumpió con brusquedad.
Lo
miré con el ceño fruncido.
-No
me gusta que me llame por mi nombre. Apenas le conozco.-
El
joven sonrió, pude ver un destello dorado en su sonrisa. Me
sorprendí al darme cuenta de que tenía un diente de oro, que
contrastaba radicalmente con su cara de ángel caído.
Mirándolo
así, con los rayos del sol impactándole en la cara, sí que tenía
cierto aire a pirata, ¿cómo es que no había advertido antes en la
pequeña cicatriz de su mejilla?
-Acabo
de secuestrarte, tenemos confianza.- me guiñó un ojo- Puedes
tutearme si quieres.
Me
crucé de brazos frunciendo el ceño.
-Ojalá
te pudras en el infierno.- escupí.
Pude
captar un brillo de diversión en sus ojos dorados, la sonrisa en su
rostro se ensanchó, como si aquel comentario hubiese sido un
cumplido, cuando era todo lo contrario.
-Ten
por seguro que lo haré.- respondió con burla- Por cierto, deja de
fruncir el ceño así, no quiero que te salgan arrugas.
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