sábado, 23 de noviembre de 2013

Capítulo 11, segunda parte

CAPÍTULO 11, SEGUNDA PARTE
Sentí como una luz blanca bastante molesta impactaba contra mis parpados cerrados. La oscuridad a la que había estado sumida durante horas que se me hicieron interminables desapareció.
Me ladeé hacia un lado, intentando así evitar aquella luz tan insoportable. Pero nada de lo que hiciera parecía funcionar, ya que esta seguía ahí.
Solté un gruñido y empecé a abrir los ojos lentamente.
-Emily ya es suficiente.- dijo una voz grave familiar- Ya se está despertando.
La intensidad de la luz empezó a disminuir hasta hacerse soportable, lo que hizo que al fin pudiera abrir los ojos.
La primera imagen que capté fue la de los tres ángeles y los dos demonios mirándome fijamente. Emily estaba más cerca que los demás, y un destello de aquella luz blanca tan molesta asomaba por su espalda.
-¿Otra vez vosotros?- gruñí, mientras me dejaba caer en la cama de nuevo.
El demonio sonrió con superioridad.
-Buenos días bella durmiente.- dijo en tono burlón.
-¡Quieres dejar de llamarme así!- gruñí, mientras me tapaba los oídos con la almohada.
A pesar de que toda la sala estaba en silencio, aún quedaban en mi cabeza, rastros del terrible dolor de ayer.
-Cuando no te quedes inconsciente cada vez que recibas una pequeña tortura dejaré de llamarte así.- replicó el demonio.
-¿¡Pequeña tortura?!- grité, mientras me levantaba de la cama y me encaraba al demonio- ¡Casi me matas! ¡De pequeña tortura nada!
De repente Emily entró en la sala con un humeante plato de sopa en las manos. Ni siquiera me había dado cuenta de que se había ido.
El olor de la comida se coló por mis fosas nasales, haciendo que la boca se me hiciera agua.
Emily se acercó a mí y me tendió el plato de sopa.
-Supuse que estarías hambrienta.- se explicó al ver mi expresión de sorpresa- No podemos dejar que te mueras de hambre, te necesitamos viva.
En el momento en el que el plato cayó en mis manos prové una cucharada con ansiedad. En cuanto la sopa chocó contra mi lengua noté un sabor extraño, con un toque picante.
Estaba tan hambrienta que no había pensado en la multitud de cosas que podrían haberle hecho a esa sopa.
-Emily... ¿Qué...qué le pasa a la sopa?- tartamudeé, mientras mis parpados empezaban a caer con intención de cerrarse.
-¿¡Emily?!- grité desesperadamente. Oía mi voz extrañamente lejana, como un eco que se repetía constantemente en mi cabeza.
Risas fue lo último que escuché, antes de que mis ojos se cerraran finalmente.
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Caí de golpe contra el suelo, provocando que una mueca de dolor se formara en mi rostro.
Examiné la sala en la que me encontraba. Era una habitación bastante amplia, de paredes de un tono rosa claro. Una cama se alzaba en el centro, un hermoso cabezal de madera la decoraba, dándole un toque elegante. Había altas estanterías repletas de libros y preciosos cuadros decorando las paredes. Aquella habitación se me hacía muy familiar, pero no acababa de recordar el porque.
De repente, advertí en que alguien acababa de tocar suavemente en la puerta, y una figura bajita entró en la habitación. Era Yian, la cocinera.
Ya entendía porque me sonaba tanto aquel lugar, ¡estaba en mi habitación del lugar en el que me había criado!
Yian me dedicó su habitual sonrisa alegre mientras se limpiaba las manos en su característico delantal de flores.
-Señorita, hay un apuesto joven preguntando por usted en la entrada.- dijo, mientras desaparecía por la puerta antes de que pudiera preguntarle quien era.
Me eché un pequeño vistazo en el espejo antes de bajar. El vestido rojo que había estado repleto de sangre la última vez que lo vi, ahora estaba totalmente limpio. Ninguna parte de mi cuerpo mostraba rastro alguno de la tortura a la que había sido sometida.
Estaba confusa, ya que no tenía ni idea de porque estaba allí, pero aún así, tenía mucha curiosidad por saber quien me llamaba, por lo que bajé al recibidor del castillo.
Me encontré a mis padres hablando en el salón. Bueno, mis padres adoptivos. Estos alzaron la cabeza en cuanto pasé por su lado, dedicándome una alegre sonrisa. Me detuve un momento en el salón, contemplándolos.
Todo parecía tan... Perfecto. Justo tal y como era mi vida antes de enterarme de quienes eran mis padres. Antes de saber, quien era yo realmente. Pero, ahora esa vida se me hacía lejana, y, de hecho, no la echaba de menos.
Llegué al recibidor y, mi sorpresa no pudo ser más grande cuando un par de ojos azules se posó en mí.
Si Erick ya era hermoso de por sí, hoy, vestido con un atuendo propio de un príncipe de cuento, lo estaba incluso más.
Su pelo estaba revuelto a causa del viento, y relucía bajo la luz del sol.
Este se acercó a mí con una amplia sonrisa y tomó mi mano, mientras dejaba un pequeño beso en ella.
-Estás hermosa.- dijo, sin apartar los ojos de mí.
Sentí como la sangre me subía a las mejillas, dejando un intenso rubor en estas.
-Gra...Gracias.- tartamudeé.
Este entrelazó su mano con la mía, mientras me guiaba fuera del castillo.
-No quiero que nos pasemos toda la tarde en el recibidor de tu castillo.- comentó, dejando una suave caricia en mi mano.
El rubor de mis mejillas aumentó. Era la primera vez que él me tocaba así.
-¿A dónde vamos?- le conseguí preguntar, tras estar unos segundos sin saber que decir.
Este giró la cabeza para mirarme, mostrando, una vez más, esa hermosa sonrisa suya, que hacía que sus mejillas adquirieran ese tono rosado tan adorable. Sacó algo de su bolsillo. Era un pañuelo. Y empezó a atármelo en los ojos. Pensé en quitármelo, pero era sumamente agradable el ligero roce de sus manos en mi piel mientras me lo colocaba.
-Quiero que sea una sorpresa.- susurró. El roce de sus labios en mi oreja hizo que todo mi cuerpo se estremeciera levemente.
Avancé unos pasos hacia delante, tropezando con una roca del suelo. Me habría caído si un par de fuertes brazos no me hubieran sujetado por la cintura antes de que esto pasase. Sentía como si un zoológico entero corriera a grandes zancadas por mi estómago, y mis mejillas enrojecieron a más no poder.
Si solo tocándome provocaba un huracán de sentimientos en mí, ¿qué pasaría si me besaba? Probablemente explotaría.
Quité esos pensamientos de mi mente.
" Ni que él fuera a besarme..." pensé, sin poder ocultar mi desilusión.
Sus manos se posaron en mi cintura con delicadeza, guiándome en la oscuridad.
-Te tendré agarrada para que no te caigas.- susurró, dejando una suave caricia en mi mejilla.
Sin verlo, podía notar la presencia de su cuerpo a mis espaldas. De vez en cuando la tela de su camisa chocaba contra mi espalda, provocando un leve estremecimiento por mi parte.
Después de unos minutos así, Erick se detuvo y quitó sus manos de mi cintura. Escuché como me rodeaba hasta ponerse justo enfrente mía. Sentía su aliento en mi cara mientras me desataba el pañuelo que me tapaba los ojos con delicadeza. Finalmente me lo quitó.
Después de tanto tiempo a oscuras, mis ojos agradecieron la visión del hermoso océano que eran los ojos de Erick. En cuanto mi mirada se cruzó con la de él, este sonrió, mientras sus ojos adquirían ese brillo tan especial.
Se apartó de mí, dándome una visión más amplia del lugar en el que estábamos.
Un enorme lago se situaba frente a nosotros, este estaba rodeado por altos pinos y algún que otro robusto roble. De vez en cuando se veían pequeños animales como conejos y ardillas revolotear de un lado al otro del llano.
Pero, lo que sin duda más me llamó la atención fueron las flores, que brillaban a más no poder bajo los potentes rayos del sol.
Yo me limitaba a contemplar el paisaje con la boca abierta, mirando de un lado a otro sin saber que decir.
Sentí como Erick entrelazaba sus dedos con los míos y dejaba un suave apretón en mi mano, llamando mi atención.
-Entonces... ¿Qué te parece?- preguntó pasándose una mano por el brillante pelo castaño.
Me quedé unos segundos sin habla, buscando las palabras adecuadas, pero estas no llegaban a mí, ya que ningún adjetivo me parecía lo suficientemente bueno para describir aquel lugar.
-Erick... Esto es... Hermoso.- respondí al fin, mientras me acercaba a aquellas flores tan brillantes.
Sentí su presencia a mis espaldas, mientras alargaba la mano para arrancar una de las flores. Se colocó frente a mí y posó la flor tras mi oreja, apartando mi largo cabello hacia un lado.
-Tú eres mucho más hermosa.- susurró haciendo que se me erizaran los pelos de la nuca.
Mi corazón empezó a latir con tal fuerza, que temí que se me saliera del pecho.
Él, a su vez, dio un paso más hacia mí, haciendo que la poca distancia que nos había separado hace unos segundos desapareciera.
Inclinó la cabeza, de manera que pensé que me iba a besar, pero sus labios aterrizaron en mi clavícula, dejando pequeños besos en ella. No pude evitar que de mi boca saliera un débil gemido en cuanto sus labios rozaron mi piel.
-Lena... Eres tan suave...- susurró con voz ronca mientras acariciaba mi clavícula con sus labios.
Aquello ya fue demasiado para mí, mi cuerpo empezó a experimentar sentimientos tan fuertes, que, pensé seriamente en si mi estómago explotaría.
Seguidamente sus besos empezaron a subir por mi cuello y sus brazos rodearon mi cintura, consiguiendo que mi cuerpo se pegara contra el suyo.
Rodeé mis brazos en su cuello y hundí mis dedos en su suave cabello castaño, mientras dejaba que él me besara.
Sus besos empezaron a subir, hasta que, finalmente llegaron a mi boca.
Sentía como si el mundo entero hubiera desaparecido y solo existiéramos él y yo. No pensé en lo que estaba haciendo. Ni en la manera misteriosa en la que había aparecido de repente en mi antiguo hogar. Simplemente lo besaba, entregándole toda mi alma.
Tuvimos que detenernos un momento para coger aire, momento que él aprovechó para pasar sus manos por debajo de mis piernas consiguiendo levantarme con facilidad. Le dediqué una pequeña risita, mientras echaba mis brazos a su cuello, apoyando mi cabeza contra su pecho.
Olía a lavanda.
El cuerpo de Erick empezó a envolverse en esa luz blanca cegadora tan molesta. Una vez desapareció, abrí los ojos, topándome con unas hermosas alas blancas que resplandecían bajo los rayos del sol.
Una pequeña pluma me acarició la mejilla, provocando que la sonrisa en mi rostro se ensanchara.
Alcé mi mano con intención de tocar las alas, pero antes, miré a Erick, como pidiéndole permiso. Este, asintió con la cabeza. Mi brazo continuó su trayectoria hacia sus alas, en cuanto mis manos rozaron una de sus plumas, noté como el cuerpo de Erick, se estremecía. Estuve durante unos minutos acariciando sus alas, haciendo que a Erick se le escapara un pequeño gemido que me hizo reír.
Entonces, empezó a batir sus alas, y nos alzamos del suelo. Me agarré con más fuerza a su cuello, mientras hundía la cabeza en su pecho.
-Tranquila.- susurró él en mi oreja- Yo nunca te dejaría caer.
El temor que había experimentado durante el despegue, se calmó en cuanto se estabilizó más el vuelo. Erick me llevaba de un lado a otro del gran bosque, explicándome el nombre de cada tipo de planta que nos encontrábamos.
Me sorprendió a mí misma lo mucho que me gustaba volar. Aquella sensación de libertad, el aire frío contra mi cara y el hermoso paisaje a mis pies. Todo era perfecto.
Tras un buen rato volando, Erick decidió que era hora de descansar, y aterrizó justo en el mismo lugar en el que habíamos despegado.
Una parte de mí se puso realmente triste en cuanto mis pies tocaron el suelo. Quería seguir volando. Pero no podía obligar a Erick a cargar conmigo todo el rato, eso sería muy egoísta por mi parte.
Entonces, el cielo que, hasta hace un segundo había estado despejado, se oscureció de golpe. Detecté una sombra moviéndose entre los árboles y, juraría haber visto que el arbusto donde se encontraban las hermosas flores se había movido, y no a causa del aire, precisamente.
Busqué la mano de Erick junto a mí, el calor de su cuerpo siempre hacia que me sintiera segura. Pero mis manos solo aferraron aire. Me giré y el corazón empezó a latirme con fuerza al ver que este, no estaba junto a mí.
-¿Buscas esto, mestiza?- dijo una voz grave.
Alcé la mirada al cielo, y de mi boca escapó un grito de horror. Un hombre de alas de fuego se suspendía en el aire, agarrando a Erick , del cuello, quien tenía el rostro totalmente rojo y la frente empapada de sudor. Lo peor de todo, era que aquel hombre no tenía rostro. Su cara era toda blanca, sin rastro de ojos, nariz o boca.
- ¡Erick!- grité, mientras mi cabeza empezaba a idear planes para llegar hasta él.
-A que esperas, ¡ven a por él!- dijo el hombre.
Este miró a Erick, quien empezó a sacudirse y soltó un grito de dolor que consiguió que mi corazón se hiciera trizas, como si fuera yo a la que estuvieran torturando.
Erick volvió la cabeza hacia mí, mirándome con sus hermosos ojos azules, los cuales estaban llenos de sufrimiento.
-Lena... Ayúdame...- dijo con dificultad.
Un torrente de energía se adueñó de todo mi cuerpo, mientras una luz dorada empezaba a formarse a mi alrededor.
Sentía una dolorosa opresión justo a la altura de los omóplatos.
" A la altura de las alas" pensé.
Mis alas querían salir. Erick me había pedido ayuda, y yo quería ayudarlo.
Pero entonces un pensamiento me detuvo antes de que pudiera dejarlas salir. ¿Desde cuándo Erick me pedía ayuda?
Lo conocía lo suficientemente bien para saber que él lo último que haría sería pedirme ayuda, sabiendo que mi vida podría estar en peligro.
La energía que me había invadido durante unos instantes desapareció.
Los gritos de sufrimiento del joven retumbaban en mi cabeza, pero los ignoré por completo.

Estaba convencida de una cosa, aquel chico de ojos azules al que había besado no era Erick.

2 comentarios :

  1. Ay... Quien sera el No-Erick!!!!!!!! Quien es??? Ay me has dejado con la intriga....
    Besos con sabor a zanahoria<3

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  2. Claro que no es Erick, esto no es más que un sueño, una ilusión provocada por Emily y sus amiguitos para obligarla a sacar sus alas. ¬¬ Y me encanta, en serio, lo has relatado como si fuera real, consiguiendo confundir al lector de una forma casi magistral. Me ha encantado mucho, te diría que no tardases muicho en actualizar pero dado la época en la que estamos prefiero que te tomes tu tiempo y lo escribas bien. Eso si te esperaré impaciente :)

    Besos, Paula.

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